La líder de comunicaciones del organismo hizo un llamado a las y los estudiantes a rescatar la memoria de la institución.
Camila Vargas Mardones es periodista egresada de la UCN y desde el 2020 es líder de comunicaciones del Observatorio de Infancias y Juventudes (OIJ) de la Región de Antofagasta. Hasta entonces trabajaba en el sitio de memoria Providencia, sin embargo, durante el periodo de revuelta social se encontró con el OIJ haciendo observancia en las comisarías, ahí fue cuando comenzaron trabajos en conjunto que derivaron en el ingreso de la profesional a la UCN.
En su paso por el pregrado, Mila -como es conocida en su círculo- fue dirigenta estudiantil. El 2012 fue consejera de Humanidades y al año siguiente fue secretaria de comunicaciones de la FEUCN. Además de estudiante y profesional de apoyo, fue docente de la Escuela de Periodismo, donde impartió la cátedra de Reportaje y Periodismo de Investigación.
¿Cómo ha sido la experiencia en el OIJ?
Ha sido muy enriquecedora, desde el poder adquirir conocimiento en materia de derechos de infancias y juventudes, porque si bien tenía un conocimiento general en DDHH, cuando hablamos de niñes y jóvenes, es algo mucho más específico.
Creo que repercute en lo profesional y en lo personal, porque también te va llevando a entender ciertas cosas de nuestras propias infancias. Trabajar en esto es como decía Francis Valverde, cuando inicias este trabajo ya no hay vuelta atrás.
¿Cuáles han sido los desafíos de abordar las comunicaciones en el OIJ?
La oferta a trabajar en el Observatorio era a crear cosas, es algo muy nuevo igual porque tampoco es que acá en Chile haya especialización en cuanto a comunicación relacionada con infancias y juventudes.
Es distinto comunicar a un adulto que a un jóven. Es difícil hablar en simple, uno no se imagina que tienes que estar explicando, palabras que uno utiliza normalmente que son complejas. Ha sido muy interesante trabajar en ese sentido colaborando con las otras líneas. El trabajo en el Observatorio es interdisciplinar constantemente y muy colaborativo.
¿Cómo se está proyectando el OIJ?
Ahora el proyecto termina en diciembre. Acabamos de postular a un nuevo fondo del Gobierno Regional para poder darle continuidad por dos años más…
¿FIC-R igual?
Un FIR (Fondo de Interés Regional). La idea es darle proyección por dos años más, seguir con las mismas líneas: investigación, intervención y comunicaciones; y con el Informe Anual, que es uno de los mayores aportes desde la academia a la generación de políticas públicas. Estamos preparando la cuarta versión del Informe.
En el área de comunicaciones vamos a abrir un nuevo nicho, respecto a generar periodismo de investigación sobre la vulneración de derechos de niños, niñas y jóvenes. Además, trabajaremos con un grupo de especial protección, como niñes migrantes, infractores de ley, de la comunidad LGBT, entre otros.
¿Qué es lo que más destacas del equipo?
La calidad humana del equipo, las buenas relaciones. No en todos los espacios donde se trabaja desde un enfoque de Derechos Humanos existen tan buenas relaciones, paradójicamente, pero sí el trabajo desde el respeto, entendernos como compañeros de trabajo y no desde la jerarquía.
Si bien tenemos un director, se da esta relación interdisciplinar gracias al trato y el nivel de opinión que tenemos dentro de lo que se hace en el Observatorio, porque las decisiones se van tomando en conjunto. Es lo más rico de todo.
¿Cómo ves la actual Facultad de Humanidades?
Yo soy bien crítica, no de la Facultad, sino en lo que se han convertido las universidades, a donde apuntan. Son espacios muy cerrados que no responden a una de las lógicas que deberían tener: abrirse a la comunidad.
La Facultad sí lo hace más. El hecho que haya sido la única en hacer un acto conmemorativo para el 11 de Septiembre, ya es algo concreto. Cuando invitamos a la Agrupación de Familiares (de Detenidos Desaparecidos), al despedirse, Miriam agradeció mucho porque dijo “a mí nunca me habían invitado a la Universidad”. Me parece grave. Cómo nunca la Universidad se ha acercado a estas organizaciones. Están muy separados, y eso hace que muchas veces los profesionales estén alejados de la realidad.
Estudiar en una universidad sigue siendo un privilegio en este país y no podemos olvidarlo. Esto no tiene que ver con culpar a profesores o académicos, porque hay sobrecarga laboral… después de la pandemia todo se transformó. No pasa solo en esta universidad, es algo global.
¿Qué mensaje le dejarías a la comunidad ucenina?
Les invitaría a conocer la memoria de esta Universidad. Me parece que la historia de la ex Universidad del Norte marcó tendencias e hitos a nivel nacional en términos de democracia universitaria, calidad de la educación, relación entre académicos, estudiantes y todos quienes forman parte de la universidad.
Me parece fundamental que tengamos la necesidad de saber qué pasaba acá. Habitamos estos espacios durante mucho tiempo y, a pesar que uno como estudiante lo habita durante al menos cinco años, es necesario que podamos conocer esta memoria para hacernos parte de ella.
Esa es una forma en la que las universidades pueden volver a tener esta misión: acercarse a las comunidades.
¿Qué le dirías a la actual generación de estudiantes UCN?
Que puedan estar constantemente cuestionándose… todo, pero también el privilegio de estar acá. No olvidemos que si muchos hoy están estudiando es porque hubo quienes lucharon antes para que eso pueda pasar. Eso aún no termina porque todavía no podemos elegir dónde, cómo ni qué estudiar libremente.
No puede seguir pasando que aún hayan niñes y jóvenes que en sus cabezas ni siquiera esté la idea de poder llegar a una universidad. Ese es el llamado.