Clive Echagüe Alfaro
Académico Escuela de Psicología UCN
Durante 2016 y 2019 hice un estudio etnográfico para comprender la producción del miedo y rechazo a inmigrantes colombianos en Antofagasta. Para eso, estuve visitando durante dos años y medio calle Condell en la noche, estuve en los locales de divertimento masculino desde distintas posiciones: como transeúnte, consumidor y colaborador de Fundación Margen. Escogí centrar la observación en ese lugar, ya que el mensaje común se sintetizaba en que “el centro se puso malo”. Una de las conclusiones a las que llegué fue que el rechazo a inmigrantes es una producción afectivo-política en la cual convergen medios de comunicación, instituciones y la política, afectando finalmente al sentido común de la población.
Ese mensaje en el 2015 desembocó en un llamado a marchar, bajo el mismo argumento de la migración ilegal, porque la migración había malogrado la ciudad. Actualmente, es el mismo argumento que se escucha y se repite cuando se culpa a inmigrantes encarpados de los males de la ciudad.
Mientras desarrollaba mi investigación en el 2018 en la UNAP-Iquique, asistí al seminario internacional “Migraciones y Criminalización en América Latina”, donde se discutió el concepto “crimigración”, que aportó de sobremanera a mi investigación. Este concepto, acuñado por Juliet Stumpf en el área de los estudios legales críticos, entiende la puesta en marcha de políticas que vinculan el control fronterizo con el sistema penal.
Para la autora, los modelos de la teoría de la membresía manifiestan en el área de la “crimigración” dos herramientas de la soberanía estatal: el poder de castigar y el poder para expresar condena moral. Las políticas de migración durante el gobierno de Sebastián Piñera han asociado, en el sistema jurídico y de derechos, el hecho de migrar al delito. Así las y los inmigrantes serían entendidos bajo el velo de una poli criminalización: ingreso al país por pasos no habilitados y vivir en la calle, amplificando la figura del “inmigrante ilegal” como sujetos a condenar moral y legalmente.
En cuanto a las dimensiones afectivas, imaginarias, comunicacionales y legales, la producción política del rechazo a las personas inmigrantes parece ser la tónica que ha dirigido la manera de comprender los fenómenos migratorios desde la esfera político estatal en Chile, y que desembocan en manifestaciones violentas como la presenciada en Iquique el pasado sábado. Lo que parece desesperanzador es cómo la figura del inmigrante indeseable se transforma en una mercancía-fetiche de la cual sectores políticos extremistas obtienen ganancias en términos de generar un ambiente favorable para sus agendas políticas, como también para perpetuar la ignorancia y el odio en la gente común y corriente al culpar a las y los inmigrantes de todos los males de nuestra sociedad.